Hoy, sábado 22 de junio, hemos acudido a Canredondo para
iniciar la última de las jornadas de patrimonio previstas para este año. En el
bar nos espera un magnífico desayuno ofrecido por el Ayuntamiento de la
localidad. ¡Qué bien sienta ese chocolate calentito con churros y “flores”
recién hechos!
Después de las presentaciones de rigor, iniciamos la visita
guiada por el pueblo, acompañados por varios vecinos y también por Carmen, su
alcaldesa. Canredondo es bastante grande y no disponemos de tiempo para verlo
todo, de modo que hemos optado por visitar la parte del “Pozo Beber” y “Las
Balsas”, que en la jornada del año pasado no tuvimos oportunidad de visitar, y
también vemos “La Fuente”, la única que tienen y la que cuidan con más primor, y a la
que Raúl ha compuesto unos preciosos versos. Nos cuentan que junto a la
fuente se destilaba el espliego a primeros de septiembre. Muchos lo recuerdan
con nostalgia.
Unas modernas pistas de padel y de bolos nos sorprenden, y
Carmen nos cuenta que se han hecho pensando sobre todo en los jóvenes, pero que
también son del agrado de los mayores. Salimos del pueblo y tomamos ya el antiguo camino hacia
Huetos. Nos acompaña mucha gente de Canredondo. Raúl nos habla del fenómeno
kárstico junto a unas dolinas. Cerca, vemos una paridera con ovejas y un vecino
nos cuenta algunas anécdotas.
Camino adelante encontramos unos troncos de pinos apilados,
junto a los que hacemos una larga parada en la que nos cuentan muchas cosas. Pablo
nos dice que los troncos contienen metralla de la Guerra Civil y que por ese
motivo el pinar se mantuvo intacto hasta nuestros días, ya que no dejaban
cortar los árboles porque se rompían las sierras. Ahora ya sí, porque hay mejor
maquinaría, pero se tala con control para que el pinar siga vivo.
Alejandro, encaramado encima de la pila de troncos, nos
explica muy bien cómo es el crecimiento de los árboles, como se alimentan, y
muchas otras cosas que podemos deducir observando los anillos del tronco.
A lo largo del camino y también junto a nosotros vemos gamón,
una planta muy aprovechada en la zona para añadir a la comida de los cerdos
porque se tenía la creencia de que “los cerdos que comen gamones dan mejores
jamones”. Entonces había una veda para cogerlos, y cuando se levantaba, muchos
iban a recolectar. Flor nos dice que es una planta que tiene muchas propiedades
medicinales y que se usa en farmacopea.
Ahora el camino va cuesta abajo y el valle se va cerrando.
Su frondosidad y belleza sorprende y deleita a más de uno. ¡Cuidado con los
resbalones! ¡Pisad con cuidado!, oímos por ahí.
En un rellano, una gran mancha de suelo negruzco delata que allí
hubo una carbonera, y nos explican cómo se hacía para obtener el carbón vegetal
en otros tiempos.
Seguimos el camino y en un rato paramos de nuevo para que
Raúl nos explique el relieve y nos hable, entre otras cosas, de una falla cuyas
huellas veremos en una roca junto al camino un poquito más adelante. También hablamos de toponimia, pues según el
mapa, el lugar se llama “El Escomiadero”, curioso nombre y espectacular lugar
donde pensamos que más de uno se habrá precipitado accidentalmente al vacío.
El valle se abre y el paisaje cambia radicalmente. Raúl nos
cuenta que eso ocurre porque confluyen dos sistemas morfológicos.
El calor aprieta y el camino, ahora llano, se va haciendo
largo. La belleza del paisaje compensa el calor y el cansancio. ¡Ya vemos
Huetos! Llegamos al destino, donde nos espera Miguel con su oasis de vino,
limonada y agua fresquita y, ¡cómo no!, con su miel y queso fresco.
Un pequeño autobús devuelve a los vecinos a Canredondo y a
los conductores para que recojan sus vehículos. Los demás descansamos en el bar
de Huetos, con su terraza a la sombra, entre animada charla y tragos de
cerveza y refrescos. Poco a poco, nos vamos acomodando y van llegando los que
fueron a por sus coches. La comida va extendiéndose sobre las mesas. Como
siempre, las tortillas, quesos, empanadas y otras viandas viajan de lado a lado
para que todos las prueben.
Con el estómago lleno y a la sombra, ¡qué pereza da! Algunos
se van marchando, otros esperan para visitar el pueblo de Huetos, y el resto se
queda para componer unas coplas sobre la jornada.
Mercedes y José Antonio nos acompañan en la visita a la
iglesia del pueblo, que recorremos por dentro y por fuera. Una placa con
inscripción y calavera a la entrada del viejo cementerio, ya clausurado hace
muchos años, nos recuerda la fugacidad de la vida. Junto al ábside, una morera
llena de frutos nos sorprende y deleita el paladar. ¡Buen postre!
Volvemos junto al bar donde nos unimos a los poetas y
terminamos de componer las coplas que acabamos cantando, como de costumbre, al
son del rabel. Puedes verlas en este enlace (PDF de 87 Kb).
¡Hasta pronto y hasta siempre! Las Jornadas de Patrimonio volverán en
febrero de 2020, pero antes, en octubre, nos veremos en la Ruta de la Lana.
Gracias a Eduardo y Jaime por las fotos.
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