Con frío y amenaza de lluvia estamos hoy
28 de abril en Canredondo para dar comienzo a la tercera Jornada de Patrimonio
de esta año 2018 que nos llevará hasta Oter.
Magnífico comienzo con un rico desayuno
que nos ofrece el Ayuntamiento de Canredondo en el bar: café, chocolate,
churros, tostadas… ¡una delicia para el paladar y para entrar en calor!
Hacemos recuento y somos casi noventa. Las jornadas de patrimonio de Cifuentes siguen aumentando su difusión y en esta ocasión participan también personas procedentes de China, Estados Unidos de América, Gran Bretaña e Italia. Enrique y Luisa hacen las presentaciones de rigor y empezamos la visita guiada
por el pueblo, acompañados también de varios vecinos y vecinas de la localidad que
nos van contando su saber. Por ejemplo, que el propio bar del que acabamos de salir fue
el horno del pueblo en otros tiempos. Canredondo fue una villa cerealista por excelencia y
su pan era muy apreciado por toda la comarca. Aquí acudían de otros pueblos del entorno,
como Morillejo, por ejemplo, de donde venían a cambiar vino y
aguardiente por trigo.
Caminamos cuesta arriba por las calles
del pueblo camino de la iglesia, que está dedicada a La Visitación, el
encuentro de María con su prima Isabel, y cuya fiesta se celebra a primeros de
junio. Junto a la iglesia se hallaba la carnicería. En la preparación de esta
visita, Luisa de Canredondo le había contado a Luisa, nuestra historiadora, que
antiguamente, cuando compraban carne, no pagaban con dinero sino que se usaba “la
tarja”, una vara de madera en la que se hacía una muesca indicando la cantidad
de carne que cada cual se llevaba y que más tarde pagaba con cereal cuando se
recogía la cosecha. También se podía pagar con huevos.
En una pequeña plaza en la que se
celebraban corridas de toros, hoy lucen unas pilas y abrevaderos junto al Pozo
de la Ermita. Las pilas proceden del antiguo lavadero. Se sacaba agua con cubos
de un pozo llamado “Ayuzo” y se llenaban las pilas. La ermita de la Soledad es
muy apreciada por los vecinos, que se esmeran en tenerla primorosamente cuidada
y con todo detalle.
El Olivo, situado a poniente, era el lugar
de encuentro al atardecer de los más mayores. Hoy es el Centro Municipal, un centro
social magnífico para uso y disfrute de los vecinos, que por una pequeña
cantidad lo alquilan cuando lo necesitan.
En el rollo, junto al juego de pelota,
Luisa e Isabel de Canredondo nos cuentan que además del uso característico de
este tipo de elementos arquitectónicos, también se empleaba para colgar al
Judas y a la Judesa el Sábado de Gloria, en Semana Santa. Y junto al rollo,
la noche del 30 de abril, se colocaba “El Mayo”, un tronco de pino alto y
derecho que los mozos cortaban y traían a hombros desde el pinar. Después se
cantaba casa por casa a las mozas con algunas coplas que las describían con
bastante realismo, es decir, resaltado sin miramientos su belleza o su fealdad.
Desde allí nos vamos a La Fuente. En
Canredondo todo son pozos, y Enrique nos explica la razón geológica. A esta
fuente llega el agua canalizada del llamado “Pozo Beber” con un agua limpia y
cristalina. Unas caras decoran el frontal y una curiosa inscripción prohíbe enredar
en la fuente bajo multa de quince pesetas.
Junto a la fuente está el Pozo Ayuzo y el
lavadero actual. También se lavaba en las balsas, con el agua soleada. Junto a
las balsas hay un chopo centenario que hace del lugar un sitio idílico.
De repente nos damos cuenta… ¡Es
tardísimo con respecto a la hora prevista para la salida! Pero es que hay tanto
para ver… De todas formas, no están previstas muchas paradas en el recorrido,
de modo que ganaremos tiempo.
El camino antiguo que nos lleva hacia Oter atraviesa la paramera en línea
recta. Esta planicie es el borde occidental de la gran Paramera
de Molina, con más de 1150 m de altura y clima extremo que hoy apreciamos en toda su crudeza. A lo largo del camino vemos varias parideras. El ganado y el cereal
han sido la principal fuente de riqueza de este pueblo.
Comenzando la bajada, a la izquierda
vemos un conjunto interesante de arbustos: enebro común, enebro de la miera,
sabina negral y pino carrasco, todos juntos, entrelazados. Parece que se han dispuesto
así para facilitar las explicaciones de nuestras biólogas, que también nos
cuentan las utilidades de cada uno de ellos. La madera del enebro de la miera servía
para obtener un aceite que hacía de desinfectante, una especie de “mercromina”,
para las heridas de las caballerías y del ganado, y también para evitar que les
entrara la moscarda. Los frutos del enebro común se usan para hacer la ginebra
y para aromatizar las carnes. La madera de sabina era muy apreciada porque
ahuyenta a los insectos y aguanta muy bien el agua, de ahí que se usase para
hacer puertas de acceso a las viviendas y también en las salinas.
El carril y el llano se acaban en La
Terrera y serpenteando bajamos por un profundo valle hacia Oter. Romeros y aliagas en
flor, espliego, tomillo y ajedrea. Con las plantas aromáticas y la humedad de las lluvias
de días anteriores, el campo huele de maravilla.
Paramos junto a unas presas de
mampostería que se hacían para sujetar el terreno y retener el sedimento y el agua
en las distintas parcelas, a modo de aterrazamientos. Estamos ya en el término
de Oter y Meme nos cuenta que, cuando era pequeña, fue allí a ayudar a su padre
con la siega. Aquellos pedazos estaban sembrados de cereal y pasaban allí mismo
la noche al raso para cortarlo de madrugada, con la fresca, y que así en húmedo
no se separe el grano durante el transporte a la era. Ahora no hay nada
sembrado, pero han crecido muchas plantas aromáticas: romero, tomillo, ajedrea,
espliego y mejorana.
Nos cuentan una historia entrañable sobre
la mejorana: San Joaquín y Santa Ana iban por el campo y Ana dijo cogiendo una
ramita de una planta: “Qué bien huele esta, Joaquín”. Y Joaquín le dijo,
cogiendo otra, “Pues esta huele aún mejor, Ana” y de ahí su nombre, mejorana.
El lugar donde nos encontramos se llama
Valdehuevos. Enrique nos hace observar la abundancia de cantos rodados de
caliza con el tamaño y la forma de huevos, planteando la posibilidad de que se
llame así por eso.
A partir de este valle, entramos en el Parque Natural del Alto Tajo, uno de los más grandes de España y que en Guadalajara protege algunos de los paisajes y bosques más emblemáticos de la provincia.
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La Fuente del Camino, seca. |
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Pablo enredando en el caño. |
Camino adelante encontramos una fuente aparentemente
seca, pues no mana agua. Sin embargo, enredando en el caño con unos juncos, Eduardo
y Pablo consiguen que salga un buen chorro de agua, demostrando que lo de enredar en
los caños no siempre es tan malo como planteaba el cartel de aquella fuente en
Canredondo...
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En pocos minutos se llenó el pilón. |
Seguimos caminando, saltando a derecha e
izquierda del pequeño arroyo que discurre por el camino, y en un punto que nos
ha marcado Meme, toca empezar a subir gradualmente por el pinar de la vertiente
izquierda. Serpenteando a media ladera, vemos que aún quedan restos del antiguo camino, con algunos tramos de plataforma empedrada y margina bien conservados.
Al final de la subida, llegamos al Collado de Oter, donde nos incorporamos a la
carretera que hicieron sobre el camino antiguo en la cuesta abajo. Al fondo nos
espera Oter, en un lugar apacible al fondo del valle.
Ya en el pueblo, nos recibe el juego de
pelota. Siempre hay uno en cada pueblo de esta comarca, por pequeño que sea. ¿Será parte de la influencia vasconavarra de la repoblación medieval por estos lares?
Junto a la iglesia nos espera Ángel Luis,
el mielero de Gárgoles de Abajo. Queso, miel, vino, alajú, patatas fritas. ¡Qué
bien sienta todo para refrescarnos al final del recorrido y como aperitivo!
Mientras unos regresan a Canredondo para
recoger los coches, otros visitamos la cueva de Meme y preparamos el Centro
Social para comer allí. Como siempre, sacamos y repartimos las viandas. Meme
nos ha preparado una tortilla hecha con “collejas”, una planta que brota en
estas fechas y cuyo sabor recuerda al de las espinacas. A los postres, dulces y
licores variados. ¡Imposible probar todos! ¡Vamos a recuperar con creces las
calorías perdidas en la marcha! Pero es un placer irresistible.
Algunos nos vamos a visitar el pueblo.
Junto a la iglesia hay una campana en el suelo, a modo de escultura y homenaje.
Es una campana ya anciana y jubilada, colocada con todos los honores encima de
un pequeño podio. La iglesia, pequeña y coqueta, está dedicada a San Mateo, y
no a San Matías como erróneamente dice el cartel que hay junto a la puerta. Su
pila bautismal con garras de león es curiosa. También tiene órgano, aunque ya
dejó de sonar hace muchos años.
De ahí vamos a la Fuente y al Lavadero.
El agua sale a raudales y el perro de Meme se da un baño con la consiguiente
regañina de su dueña. Meme nos hace una demostración de cómo se lavaba en el
lavadero, usando un trozo de jabón casero. Una joven nos cuenta cómo se hacía
lo que llamaban “la colada”, con un tinillo, que es un recipiente de cerámica
donde se metía la ropa blanca ya lavada, y en cuya boca se colocaba un lienzo
sobre el que se echaba ceniza de la más blanca y fina, y sobre la que se vertía
agua para "colarla" según disolvía la ceniza, resultando un líquido equivalente de
la lejía. La ropa se dejaba reposar varias horas en el tinillo con el líquido y luego se aclaraba. El proceso es el origen de lo que llamamos “hacer la colada”,
que por extensión ha pasado a significar simplemente el hecho de lavar la ropa.
De vuelta al Centro Social, encontramos a
nuestros copleros y músicos ya preparados. Pilar traía ya unas coplas
magníficas, sobre las que ha trabajado después con Raúl y Enrique, que estaban
hoy muy inspirados, para añadir otras cuantas estrofas. Y como tantas otras
veces, las hemos cantado a ritmo de rabeladas. Un bonito broche
para acabar la jornada. Puedes bajarte el PDF (80 Kb) con las coplas en este enlace.
Tras las despedidas, algunos hemos vuelto
a Canredondo para ver lo que no nos había dado tiempo esta mañana. Desde
aquí os invitamos a volver para que lo veáis también. El llamado “Pozo Beber”,
de donde se sacaba el agua para el consumo humano; la Calle de Los Conformes,
de curioso nombre y con uno de los pozos de los que hay en cada barrio del pueblo, de donde se sacaba el agua para las gallinas y para fregar; y por último, las balsas junto al chopo centenario, hacia donde nos dirigimos en un paseo
delicioso al caer la tarde.
Nos despedimos hasta la próxima jornada,
que será el 26 de mayo, de Morillejo a Carrascosa. Muchas gracias a todas y
cada una de las personas que han contribuido a que estas Jornadas sean un
auténtico placer y un pozo de aprendizaje para todos.
¡Hasta pronto!
Muchas gracias por las fotos a Eduardo, Enrique, Inés, José Luis, Luisa y Maripaz. Nuestro agradecimiento a los vecinos y vecinas de Canredondo
(Luisa, Isabel, Juan Luis y su padre Carlos...) y de Oter (Meme y Tito), y a
todas las personas que hicieron posible esta jornada de patrimonio: José
Luis y Marco por parte del Ayuntamiento de Cifuentes,
Luisa desde la Oficina de Turismo, Enrique, Fernando y
Raúl por las explicaciones... Agradecimientos también al Ayuntamiento de Canredondo y en especial a la alcaldesa Mari Carmen, que nos contó cosas del pueblo y se encargó de que nos ofrecieran el desayuno en el bar y que nos abrieran la iglesia, el centro y la ermita. También a Ángel Luis, por la miel, el vino y el queso, y
a Isabel de Toro, que siempre nos canta coplas y nos cuenta sobre los usos de las plantas. Agradecemos a toda la gente que se
nos haya olvidado nombrar, y a todos los participantes que hacen de
cada jornada una experiencia enriquecedora y única, con su interés y
motivación.