El pasado sábado 26 de abril
comenzábamos la tercera Jornada de Patrimonio de este año 2014. A las 10 de la
mañana, Luisa nos mostraba la iglesia de Carrascosa de Tajo en compañía de
Pablo Espada, alcalde pedáneo, y de una docena de madrugadores. Se trata de
uno de los pocos ejemplos de gótico cisterciense que queda por la zona. También
nos habló de Santa Librada, cuya imagen crucificada se encuentra en el retablo
mayor, y cuya vida se mezcla entre la historia y la leyenda. Santa Librada fue
descanonizada en 1969, aunque en Sigüenza se la sigue celebrando y dando culto.
Imagen de Santa Librada en el retablo de la iglesia de Carrascosa |
A las 10:30 se unía el grueso de participantes
que venían desde Cifuentes. El día amaneció nublado y con previsión de lluvia.
Puntuales y según el horario previsto, casi sesenta personas arrancamos camino
de Sotoca con los paraguas abiertos. La lluvia nos acompañaba y no sabíamos lo
que iba a durar.
Al pasar por el cementerio, Pablo
nos decía que hasta hace poco se iba enterrando correlativamente y sólo había
una cruz de piedra para todo el cementerio con la que se marcaba el último
enterramiento.
La primera parada fue en la
denominada “Carrasca de la Cruz”. Alejandro nos habló de ella desde el punto de
vista botánico y Pablo de que allí se celebra la cruz de mayo y de ahí
su nombre. Luisa hizo referencia al culto a los árboles desde la antigüedad, y Ossian
(de la Asociación Micorriza) nos habló de la protección y conservación de estos
árboles singulares.
Explicaciones junto a la Carrasca de la Cruz |
El camino en esta ocasión iba a ser largo, así que intentamos que las paradas no fueran muchas. Nos detuvimos ante un tronco viejo lleno de clavos, donde Pabló nos contó que se trataba de un arado rudimentario. La pobreza agudiza el ingenio.
Por el camino, Alejandro nos
hablaba de la gayuba, de sabinas y enebros, y algunos de los participantes nos
contaban aplicaciones y usos de algunas de estas plantas.
Orobanche crenata, una planta parásita |
Una gran cárcava se abría a la
izquierda del camino. Raúl nos contó cómo se había formado y cómo la erosión puede
destrozar un camino si no se mantiene adecuadamente.
Raúl explicándonos la formación de las cárcavas |
Este camino se unía cerca de
Balzancao a otro que debió existir ya en época romana y que venía desde el
puente romano de Murel, en el río Tajo. Raúl nos contó cómo la orografía hacía
necesario el paso por esa zona y Luisa nos habló del camino romano.
Discurrimos más de un kilómetro
junto a la cerca de la Finca de Óvila, dónde se encuentran los restos de un
monasterio cisterciense que pasó a manos privadas en la Desamortización de Mendizábal
en el siglo XIX, y que en 1928 fue vendido a William Randolph Hearst, un magnate
de la prensa y las finanzas que se llevó gran parte del antiguo edificio a
Estados Unidos unos meses antes de ser declarado monumento histórico nacional en 1931. Hoy en día, unos frailes de California han levantado parte del
edificio allí. Una cerveza con el nombre de “Óvila” elaborada por los frailes
ha contribuido a financiar parte de la construcción. Desde aquí denunciamos la
vergüenza de que los bienes patrimoniales salgan de España. En este enlace puedes ver un vídeo sobre el expolio del monasterio y su posterior reconstrucción parcial en California.
Claustro desmantelado del monasterio de Santa María de Óvila en los años 30 (enlace) |
Al pie del Cerro Isaac (curioso
nombre), Raúl nos habló de la toba, esa roca que ya hemos visto en otras
jornadas y que es muy abundante en Ruguilla y Gárgoles.
Repechamos la última cuesta y en
lo alto visitamos una necrópolis con tumbas antropomorfas excavadas en la roca
arenisca de la que Luisa nos contó algunas cosas curiosas y posó sonriente en
una de ellas.
Visitando las tumbas antropomorfas de la Peña del Santo (Sotoca) |
Ya en Sotoca, a la entrada, vimos
el lavadero, construido en el propio barranco. El agua brotaba con gran fuerza
y refrescarse con el agua fue un placer después de recorrer los nueve
kilómetros.
Arriba, en lo alto, el bar y la
iglesia, juntos, como debe ser, como manda la tradición, de la misa al aperitivo. Comimos tranquilamente
compartiendo nuestras viandas y algunos nos fuimos a visitar la iglesia y la
ermita de San Martín de Finojosa, un santo que murió precisamente en Sotoca y cuya
cruz nos lo recuerda.
Cruz marcando el lugar donde murió San Martín de Finojosa |
De vuelta al bar allí estaba
Enrique con su rabel acompañado de Elena y Rufina, dos sotoqueñas que nos cantaron
los mayos de la localidad, canciones que forman parte de este patrimonio inmaterial
y que no deben perderse. “Ya no sé cantan”, nos dicen ellas tristemente, “es
que la emigración de los 60 y 70 hizo que nuestros mozos se marchasen y eran
ellos el alma de esta fiesta”.
Rufina y Elena cantando los mayos de Sotoca |
Ya puestos a cantar, terminamos
la jornada cantando algunas coplas populares de dos en dos y acompañadas con el
rabel.
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